Andrés Serbin – Un legado incierto: Chávez y América Latina.

12 abril 2013

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Andrés Serbin*

Desde hace más de una década la figura de Hugo Chávez Frías irrumpió tanto en la política doméstica de su país, como en el ámbito regional y global, dejando una impronta persistente en la historia de la región y marcando una trayectoria sin retorno que su muerte temprana magnificará, pese a su pasado golpista y a un legado que ha sumido a Venezuela en la polarización política  y en una crisis económica a punto de desbordarse.

Articulada desde sus inicios en torno a una serie de ideas claves inspiradas en  Simón Bolívar y marcadas por su formación militar – la creación de una Comunidad de Naciones Latinoamericana y Caribeña, el enfrentamiento con la hegemonía estadounidense, la visión  de un emergente mundo multipolar y la inclusión de una agenda social – el nacionalismo populista que encarnó respondió a una gran habilidad política, a un excepcional carisma personal y a una descollante capacidad histriónica que le permitieron sintonizar con los cambios del entorno regional e internacional.

Más allá de las marcas irreversibles que dejó en la política y en la sociedad venezolana, estas ideas que guiaron, no siempre de una manera consistente, su desempeño en la región y en el mundo, dejan, sin embargo, un legado regional que abre numerosas interrogantes sobre la continuidad y sostenibilidad de su ideario, pese a los numerosos hitos que marcan este desempeño.

Por un lado, desde 2002, se inicia una estrecha colaboración entre Venezuela y Cuba, con Fidel Castro como mentor de la misma, que cristaliza en la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), en un intento de contrarrestar la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovida por los Estados Unidos. Esta aspiración se materializa en la Cumbre de 2005 en Mar del Plata con la cancelación del proyecto del ALCA ante el rechazo aunado de Venezuela, Argentina y Brasil, pero también merced a la culminación de una diplomacia paralela – la “diplomacia de los pueblos”  – que con el generoso apoyo financiero del gobierno de Chávez aglutinó a un conjunto heterogéneo de movimientos sociales y partidos de izquierda.

El ALBA se transforma en la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América, incorporando a Bolivia, Ecuador, Nicaragua y a una serie de países del Caribe, con el apoyo de programas de asistencia petrolera como Petrocaribe, asimilando en gran medida la agenda anti-neoliberal, anti-ALCA y anti-globalización de los movimientos sociales.

Junto con las convergencias ideológicas impulsadas en torno al ALBA, Chávez contribuyó decisivamente al desarrollo de la Comunidad de Naciones Sudamericanas (CSN), devenida en 2008 en la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR). En el marco del proceso de construcción de UNASUR, Chávez se esforzó  en nutrirla con ideas ambiciosas y tensiones regionales, frecuentemente diluidas, o retomadas y asimiladas por Brasil bajo modalidades menos radicales.

Durante el proceso de formación de la UNASUR,  Chávez reiteró en varias ocasiones que el ALBA debería ser el “núcleo duro” de este esquema sudamericano. Estas aspiraciones de Chávez y su crítica al carácter “comercialista” y neoliberal del MERCOSUR, entraron en abierta contradicción con la persistente aspiración del gobierno de Venezuela de incorporarse a este esquema, concretada en julio de 2012.

Más allá de sus contradicciones, estos esfuerzos de contribuir a articular una nueva etapa “post-liberal” del regionalismo en la región sobre la base de una mayor autonomía de los Estados Unidos, de un retorno al rol protagónico del Estado, de la política y del desarrollo, y de la inclusión de una agenda social, contrastan con algunas deserciones de esquema subregionales ya establecidos, como en el caso del Grupo de los Tres y de la Comunidad Andina de Naciones.

La denuncia de tratados y acuerdos internacionales por parte de Chávez no se limitó a estos dos casos. Las reiteradas tensiones con la OEA, los cuestionamientos a su Secretario General y, especialmente, las controversias en torno a la Corte y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, llevaron finalmente a que Venezuela denunciara, en julio de 2012, el Convenio Americano de Derechos Humanos y planteara su salida de este sistema.

En este marco, la contribución de Chávez a la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), apuntó a convertirla en una alternativa a la OEA, con la exclusión de los EEUU y de Canadá.

En suma, en el ámbito regional y hemisférico, si bien Chávez ha sido un factor determinante en la reconfiguración política de la región, deja una ausencia y un legado problemáticos tanto en lo referente a la supervivencia de la OEA, como para la subsistencia de organismos como la CAN. Si bien la UNASUR y la CELAC potencialmente están en condiciones de profundizar su estructuración como mecanismos cruciales de la nueva fase de regionalismo, el futuro del ALBA, siempre sujeto a la generosidad de la cooperación y de la diplomacia petrolera del gobierno venezolano, abre dudas sobre su continuidad  en el marco de esta nueva fase,  – independientemente de quien pueda asumir su liderazgo y de quién pueda pagar la onerosa factura de mantener este organismo – , mientras que, a pesar de todos los pronósticos, se insinúa un estrechamiento de los vínculos de Venezuela con Brasil y un reordenamiento de sus relaciones con Cuba.

Versión completa del artículo publicado el jueves 11 de abril  de 2013, en Clarín (Buenos Aires), p. 27.

*Andrés Serbin es analista internacional y autor de Chávez, Venezuela y la reconfiguración política de América Latina y el Caribe.