Jorge Heine – China y la Alianza del Pacífico

21 enero 2015

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Por JORGE HEINE, WU GUOPING y LI RENFANG*

La I Reunión Ministerial del Foro China-Celac, que se celebra en Beijing entre el 8 y el 9 de enero de 2015, es el puntapié inicial a la actividad diplomática en China para 2015, y también, una expresión del ímpetu que han adquirido las relaciones sino-latinoamericanas en el curso de los últimos años. Ello ha sido especialmente cierto para el gobierno del presidente Xi Jinping, quien al poco tiempo de asumir el cargo a inicios de 2013, visitó Trinidad y Tobago, Costa Rica y México, y que luego, en julio de 2014, realizó otra gira por América Latina, visitando Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba. En Brasil, en adición a participar en la VI Cumbre de los BRICS realizada en Fortaleza, el presidente Xi se reu-nió en Brasilia con el “Cuarteto” de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac), o sea, los jefes de Estado y de Gobierno responsables de esta organización regional. También lo hizo con una docena de otros líderes de la región, dando lugar a fructíferos intercambios y deliberaciones sobre el estado de las relaciones sino-latinoamericanas y proyectos futuros a realizar.

Este Foro China-Celac es un resultado palpable de esas deliberaciones. Cada uno de los países de América Latina y el Caribe tiene relaciones bilaterales propias con la República Popular China. Más allá de ellas, sin embargo, también hay temas de carácter global y regional a tratar; de ahí la importancia de encuentros de esta índole. Con todo, Celac, si bien es la organización “paraguas”, y la más amplia de todas las entidades regionales en la América morena, no es, ni con mucho, la única. En las Américas se dan numerosos esquemas de integración regional y subregional—desde el Mercosur hasta el SICA, desde la Comunidad Andina hasta el CARICOM, pasando por el ALBA. La más reciente de ellas es la Alianza del Pacífico (AP). El propósito de esta breve nota es examinar la importancia y significado de la AP y su trascendencia para China.

Aunque integrada por solo cuatro países miembros (Chile, Colombia, México y Perú) y con poco más de dos años de existencia, la AP ya ha concitado enorme interés internacional, con 32 países de observadores, Costa Rica y Panamá de candidatos a miembros, e incluso países como Canadá habiendo explorado la posibilidad de hacerse parte del esquema.

¿A qué se debe este enorme interés y qué representa la AP en la región?

Para responder a ello, cabe recapitular la corta historia de esta entidad. El 6 de mayo de 2012, en Paranal, Norte de Chile, los presidentes de Chile, Colombia, México y Perú firmaron el acuerdo marco por el cual se formalizó la AP. Ella se origina en la Declaración de Lima del 28 de abril de 2011, una iniciativa del entonces presidente del Perú, Alan García, quien convocó a los jefes de Estado de los otros tres países para emitir una declaración de intenciones para establecer el nuevo organismo. La meta inicial del mismo era promover el libre comercio “con una clara orientación hacia el Asia”. En su documento fundador, la AP indica como objetivo principal “crear un área de integración profunda que promueva la integración regional, así como mayor crecimiento, desarrollo y competitividad“. Se propone lograr esto mediante la gradual liberalización de la circulación de bienes, servicios, capital y personas.

Uno de los aspectos más llamativos de la AP es la integración financiera. Ella se ha llevado a cabo por medio del Mercado Integrado de Latinoamérica (MILA), una plataforma de integración de los respectivos mercados financieros que ha permitido mantener la identidad corporativa de cada una de las bolsas de comercio. Lo mismo vale para la eliminación de visas para sus connacionales, facilitando así la libre circulación de personas al interior del bloque.

Con una población de 214 millones de personas, la AP representa algo más de la tercera parte de la población de América Latina y el Caribe, y su producto equivale a un 37 % del producto regional. Si los países de la AP fuesen uno solo, constituirían la octava mayor economía mundial y la octava mayor potencia exportadora—con un comercio exterior de más de 1,1 billones de dólares en 2013.

Más allá de estas cifras, sin embargo, lo que hace atractiva a la AP es su dinamismo y apertura al mundo. De acuerdo al Banco Mundial, entre los 32 países de la región, los de la AP están clasificados como el primero, tercero, cuarto y quinto, respectivamente, entre los que es más fácil hacer negocios. En adición a un clima de negocios favorable, los países de la AP tienen economías más abiertas, representando un 50 % del comercio exterior de la región en el 2013. Atrajeron un 45 % de la inversión extranjera directa ese mismo año, por un monto de 85 mil millones de dólares, y 33 millones de turistas. El ingreso promedio de los habitantes de estos países es de 10.249 dólares.

Esto no significa que la AP exhiba un alto nivel de integración comercial entre sus miembros. El comercio intraregional no supera el 4 % de su comercio total, y las distancias entre ellos son considerables, particularmente entre Chile y Perú, por una parte, y México, por otra. Dicho eso, una de las cosas que más ha llamado la atención de los observadores ha sido la celeridad con que la AP ha avanzado en liberalizar los flujos comerciales y de otro tipo en su interior. En febrero de 2014, los cuatro presidentes firmaron un Protocolo Adicional al Acuerdo Marco, que eliminó las tarifas para un 92 % de los productos, y una reducción gradual para el 8 % restante. El Protocolo se refiere también a otros aspectos como reglas de origen, acceso a mercado, medidas fitosanitarias, barreras técnicas, compras públicas, servicios, inversiones y resolución de disputas.

Más allá de estas medidas, los líderes de los países miembros han demostrado un especial compromiso con este proyecto: desde 2012, se han realizado nueve cumbres de la AP, la más reciente de ellas en Punta Mita, en México, el 20 de junio de 2014. Por otra parte, el gobierno de Chile encabezado por la presidenta Michelle Bachelet ha propuesto acercar a la AP a otros esquemas de integración regional, particularmente al Mercosur. De hecho, hizo de anfitrión de una reunión a nivel de cancilleres en Santiago de Chile los días 23 y 24 de noviembre, con ese objeto.

Para China, cuyo comercio con América Latina ha crecido en forma exponencial en lo que va de este siglo, pasando de 10 mil millones de dólares en 2000 a 263 mil millones de dólares en 2013 (un aumento de un 2600 %), la AP representa una inmejorable “ventana de entrada” a la región. Este crecimiento acelerado del comercio con América Latina ha transformado a China en un socio clave de muchos países de la región. Ya en 2011, China había pasado a ser el mayor socio comercial de Brasil, Chile y Perú y el segundo mayor de Argentina, Cuba, Uruguay y Venezuela. La naturaleza de este comercio, sin embargo, en que América Latina vende materias primas como cobre, petróleo, hierro, celulosa y harina de pescado y compra vehículos, maquinaria, insumos industriales, artículos electrónicos y todo tipo de productos de consumo, no es sostenible en el largo plazo y requiere una mayor diversificación.

El gran desafío de las relaciones sino-latinoamericanas hoy radica en profundizar y diversificar estos vínculos, más allá de lo estrictamente comercial. Parte importante de ello pasa por incrementar los flujos de inversión china a la región, flujos que en muchos casos no han guardado relación con los de comercio. Lo mismo vale para un aumento en los flujos de personas en ambas direcciones, tanto en materia de turismo como en áreas más especializadas como la académico-universitaria.

China atraviesa por una importante transición. Pasa de ser una economía que creció por tres décadas a un 10 % anual, a una que lo hace al 7 %. De una en que el motor de crecimiento era la inversión interna y las exportaciones, a una que requiere colocar parte de sus capitales en el exterior, y promover el consumo interno. Y de un país descrito urbi et orbi como la fábrica del mundo, a uno que aspira a ser visto como su centro de innovación. En ese marco, las complementariedades con América Latina son obvias, y ambas partes tienen mucho que ganar de una profundización de estos vínculos.

Y en la era de la globalización, las posibilidades son ilimitadas. Un buen ejemplo es el caso de la empresa china Joyvio, una filial de Lenovo Holdings, una de las mayores empresas de TI en el mundo, que ahora se ha diversificado a la agro-industria. En un joint venture con la empresa chilena Subsole, invirtió 160 millones de dólares en varias propiedades agrícolas en Chile, las que ha destinado a la producción frutícola. Su producción de arándanos y cerezas, cultivos plantados para el mercado chino, es a su vez vendido por Internet en China, donde el comercio electrónico ha alcanzado gran auge. Chile es una economía abierta, donde no hay limitaciones a la compra de terrenos agrícolas (ni de ningún otro tipo) por parte de empresas o ciudadanos extranjeros, y la asociación con una empresa chilena ha sido muy beneficiosa para Joyvio.

El punto es que las economías integrantes de la AP ofrecen enormes posibilidades a las empresas chinas, ya sean estatales o privadas. Hay un gran espacio a desarrollar ahí, con las diferencias del caso. Chile y Perú han estado a la vanguardia en la venta de minerales y productos agrícolas a China, mientras México, con una economía mucho más industrializada, se ha integrado más a las cadenas de valor internacionales en un sector tan significativo y exigente como el automotriz. Colombia, por otra parte, cuya economía está pasando por un muy buen momento, está incorporando a su actividad productiva a vastos sectores de su territorio que hasta ahora habían estado marginados de ella, lo que abre enormes oportunidades para la inversión china.

El desafío, ahora, es cómo dar el salto cualitativo en la relación entre China y América Latina, desafío para el cual la AP, integrada por países que dan al Océano Pacífico y tienen un especial interés en la región del Asia-Pacífico, ofrecen una gran ventana de oportunidad.

*Jorge Heine es embajador de Chile en la Republica Popular China; Wu Guoping es director general del Centro de Estudios de América Latina en la Universidad de Ciencia y Tecnología del Suroeste de China; y Li Renfang es profesor asociado en el Centro de Estudios de América Latina en esa misma universidad.