Andrei Serbin Pont y Gino Pauselli – Latinoamérica en 2016: entre la incertidumbre y la esperanza

12 enero 2016

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Por Andrei Serbin Pont y Gino Pauselli 

Publicado en Foreign Affairs Latinoamérica

Enero 2016

Latinoamérica inicia el 2016 en una situación particularmente distinta a otros años. En la histórica Cumbre de las Américas celebrada en Panamá en abril de 2015, se abrió una nueva etapa en las relaciones entre América Latina y Estados Unidos después del deshielo oficial entre La Habana y Washington. Este nuevo escenario, además de oportunidades, generó y continúa generando muchos interrogantes pero, sobre todo, marcó la pauta para la dinámica regional en los siguientes años. Aún queda por definir cuál será el papel de Estados Unidos en el hemisferio, cómo será la presencia de China y de Rusia en la región, qué papel jugará Cuba en el proceso de paz de Colombia y en la conflictividad política en Venezuela, así como cuál será el posible impacto en la región si el chavismo es desplazado del poder y qué expectativas podemos tener sobre Argentina y México ante un Brasil que mira hacia adentro.

El primer gran hito de 2016 es la instalación de la nueva Asamblea Nacional en Venezuela, la cual se registró el pasado 5 de enero. Cubierta tanto de optimismo de la oposición al ocupar dos tercios de las bancas, como de miedo ante las amenazas del gobierno de desconocerla, el 2016 posiblemente dé continuidad al agitado clima político venezolano de 2015. La victoria de la oposición en las elecciones legislativas ofrece, en teoría, una serie de herramientas que condicionarían el accionar del ejecutivo venezolano, aunque es poco probable que el chavismo esté todavía dispuesto a soltar las riendas, por lo cual acciones como la reciente designación de magistrados del Tribunal Supremo de Justicia en sesiones extraordinarias de la Asamblea Nacional y la creación de la Parlamento Comunal sirvan como herramientas de cuestionable legitimidad y legalidad para reguardar el poder del chavismo. Sin duda, el chavismo atraviesa uno de sus peores momentos, no solo por los resultados de las elecciones de diciembre de 2015 sino porque la cada vez más marcada fractura interna que parece despojarlo de dos herramientas esenciales: la legitimidad popular y el apoyo militar.

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Por otra parte, el escenario cubano sigue cambiando y sus lazos con Estados Unidos se fortalecen. El anuncio de la reanudación de los vuelos comerciales entre los dos países es un paso más en un camino que apunta al restablecimiento de la relación después de décadas de conflictividad. Cabe preguntarse cuál será el impacto de la relación con Estados Unidos en el contexto de una política externa venezolana que se contrae en lo diplomático, comercial y financiero mientras que el Departamento de Estado busca reestablecer su presencia en el Caribe. A su vez, un distanciamiento en la relación de la isla con Venezuela podría reducir el impacto en Cuba de la implosión del chavismo, aunque sin un panorama claro sobre cuáles son las consecuencias en Colombia y el avanzado proceso de paz. Puede que la contracción venezolana en el ámbito regional permita una mayor regionalización posterior al conflicto colombiano al reducirse las asperezas y limitarse la polarización hasta ahora predominante en la política latinoamericana.

Más al norte, la estrategia mexicana de “crecimiento prudente” se destaca dado los pobres resultados económicos de Argentina, Brasil y Venezuela que habían sido las estrellas del crecimiento en la región durante la década de 2000. Los mejores resultados relativos de la economía mexicana permiten que el país azteca retome la disputa del liderazgo latinoamericano, sobre todo en el contexto de la Alianza del Pacífico, una iniciativa de integración que acapara cada día más la atención internacional a medida que muestra señales de progreso en sus países miembros, mientras que los referentes de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) sufren duros embates económicos. Mientras que un Brasil desinflado se presenta como una oportunidad para México, la complejidad de sus desafíos internos vinculados a la violencia generada por actores no estatales lo debilita internacionalmente, sobre todo al impactar sus relaciones con los vecinos al norte y al sur. Por último, comenzamos a ver el impacto de la caída de los precios del crudo en la economía mexicana, que representa un 24% de los ingresos totales del sector público y puede causar estragos en 2016.

En Brasil la incertidumbre política se acentúa mientras que las promesas de recuperación económica se postergan a 2018. El posible impeachment a Dilma Rousseff pone en jaque la gobernabilidad del Partido del Trabajo, aunque algunos apuestan a un retorno de Luiz Inacio Lula da Silva como salvador. Mientras tanto, buena parte de la élite política y económica del país se ve sumergida en una ola de acusaciones y procesos legales vinculándolos con escandalosos actos de corrupción. ¿Cómo se podrá alcanzar la estabilización y recuperación económica? Es difícil definirlo y esto agita aún más el mar financiero brasileño y condiciona las posibilidades de una pronta recuperación. La política externa ocupa, en el mejor de los casos, un papel secundario en el Brasil en crisis a medida en que la agenda se satura de crecientes problemas internos. ¿Podrá Itamaraty, sin un claro y directo apoyo del ejecutivo, dar continuidad a la elevada presencia internacional de Brasil en la última década para salvaguardar los esfuerzos y logros en la arena mundial? ¿Podrá mantener un papel de liderazgo en la región a la vez que la clase política se encuentra inmersa en cuestiones domésticas? A su vez, 2016 tendrá a Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos. Este evento internacional es el resultado de la búsqueda de un mayor poder blando mundial por parte de Lula y, en la actualidad, no solo se presenta como una oportunidad sino como un desafío. Dadas las dificultades económicas y políticas que atraviesa el país, Brasil debe evitar el riesgo que los Juegos Olímpicos terminen mostrando al mundo la imagen de un país estancado y con serias dificultades internas.

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En el “fin del mundo”, los pronósticos apocalípticos que acompañaron la campaña electoral parecen mutar ante aires políticos renovados. Mauricio Macri asumió la presidencia de Argentina y el nuevo gobierno señala lo que podría ser el principio de un ciclo de dificultades para los gobiernos de izquierda en la región. Macri no solo superó en votos al Frente para la Victoria, sino que también produjo una novedosa política exterior más atenta a algunos inconvenientes que atraviesa la región y que no habían sido atendidos (al menos de forma satisfactoria) por los Estados y los organismos regionales. Esto es, por ejemplo, la situación de los derechos humanos en Venezuela, las negociaciones comerciales del Mercosur y el tema del narcotráfico. Frente al estancamiento brasileño y la búsqueda de una mejor relación con el sistema financiero internacional y con Estados Unidos, Buenos Aires probablemente intente retomar la búsqueda de un liderazgo regional, haciendo énfasis sobre las herramientas de poder blando a su disposición. La inclusión de la agenda de derechos humanos, la incorporación en el discurso de temas de interés para la región, una Canciller con vastos contactos en la arena internacional y una relación especial con el Vaticano (un amigo cercano al papa Francisco fue nombrado Embajador ante la Iglesia católica) tal vez sean cartas fuertes a jugar por parte del gobierno de Macri para posicionarse como un interlocutor válido en la región frente a gobiernos progresistas que podrían serle hostiles a su agenda interna.

Las dinámicas de la región deberán ser, además, leídas en clave de su posición dentro del sistema internacional. Con la reactivación de la política externa de Estados Unidos hacia Latinoamérica, la región probablemente se convierta en un espacio clave para la competencia con China y, hasta cierto punto, con Rusia. Esta competencia no solo reflejará la creciente multipolaridad del siglo XXI, sino que podrá otorgarle un nuevo protagonismo internacional a los países latinoamericanos que en la última década han gozado de un mayor margen de autonomía con respecto a Washington, gracias a las fuentes de inversión y financiamiento provenientes de las economías emergentes sedientas de oportunidades de expansión de su influencia mundial. Aun así, la desaceleración económica del principal destino de las exportaciones de materias primas latinoamericanas, China, no pasará desapercibido.

Por otro lado, cabe señalar que las dificultades económicas que atraviesa Rusia impactarán, sin duda, su capacidad de maniobra y, por ende, afectará la estrategia de inserción internacional de los países de la región. Los vientos de crisis económica también ponen en pausa proyectos de inversión militar, sobre todo en Brasil y en Venezuela, donde tanto Rusia como China buscaban firmar importantes contratos que le aseguraran la cabecera de playa en el mercado regional de armas. La tendencia hacia la moderación de los gobiernos latinoamericanos junto con una mayor predisposición al diálogo y la cooperación mutua por parte de Washington, así como la menor disponibilidad de recursos financieros y económicos de Beijín para tener presencia e influencia en la región, son señales de una balanza levemente inclinada a favor de Estados Unidos.

En síntesis, Latinoamérica tendrá un 2016 que se parecerá poco a la gloriosa década de 2000. Nuevos y viejos desafíos internos, sumados a una nueva coyuntura internacional, forzarán a los gobiernos a encarar la realidad internacional de una forma más pragmática. Así, en 2016 observaremos una mayor dosis de pragmatismo sobre ideología en las políticas exteriores latinoamericanas. Sin embargo, la situación estructural en la que se encuentran los países de la región es alentadora en cuanto que los niveles de pobreza son sustantivamente menores a los registrados en décadas anteriores, el sistema internacional se muestra más abierto y multipolar (con posibilidades para los países medianos y pequeños) y, salvo dos casos, la democracia se ha consolidado como régimen político indisputado.

Con todo, un mayor pragmatismo, un sistema internacional diverso y situaciones socioeconómicas no críticas (salvo el caso venezolano) son las principales fortalezas y oportunidades para la inserción internacional de los países latinoamericanos en 2016. Los mayores desafíos vendrán de la mano de la incertidumbre económica y financiera internacional y de las crisis internas que muchos de los países de la región atravesarán durante el año. Es así que el 2016 promete ser un año de transición para América Latina, balanceándose entre la incertidumbre y la esperanza.

 

 ANDREI SERBIN PONT es magister en Relaciones Internacionales del programa San Tiago Dantas (UNESP, UNICAMP y PUC-SP), es licenciado en Humanidades con orientación en Políticas Públicas de la Universidad Nacional de San Martín y egresado del Curso Superior de Defensa Nacional de la EDENA. En la actualidad se desempeña como Director de Investigaciones de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). Sígalo en Twitter en @SerbinPont.

GINO PAUSELLI es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad de San Andrés y maestrando en Estudios Internacionales por la Universidad Torcuato di Tella. Actualmente se desempeña como asistente de docencia e investigación en la Universidad de San Andrés y Asistente Académico en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales. Sígalo en Twitter en @ginopauselli.

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